Anoche me dĆ cuenta lo mucho que me siguen costando las despedidas. Son tan inevitables como respirar pero cuestan mucho mĆ”s trabajo. Pienso y pienso, y me doy cuenta que no deberĆa ser asĆ porque he tenido tantas despedidas que a esta altura de mi vida tendrĆa que ser algo natural. Una de esas cosas que tenemos incorporadas y hacemos por instinto, pero aĆŗn asĆ me cuestan. Una vez RocĆo me dijo que todos deberĆamos tener un despedidor, que deberĆa haber gente que trabaje de eso. La idea era algo asĆ como una persona que se encargue de ir a las terminales de Ć³mnibus a saludar con la mano cuando el colectivo se va. Eso le harĆa bien a la persona que se va, evitarĆa que el viajante sintiera ese vacĆo que le surge cuando el micro se va y los demĆ”s pasajeros saludan por la ventana pero uno no tiene a quien. Es una excelente idea pero es un pĆ©simo trabajo. Al menos es un pĆ©simo trabajo para mĆ porque me cuesta separar mis sentimientos de esta tarea. Supongo que esto pasa porque las personas que se van son muy importantes. Realmente lo son. No quiero que se vallan pero es inevitable que lo hagan. Ismael dice en una canciĆ³n que “ya sĆ³lo me queda la vacĆa pena del viajero que regresa”, yo agregarĆa que la pena del despedidor que se queda es mucha mĆ”s grande, mucho mas vacĆa, mucha mĆ”s dolorosa.
Por eso Ro no me gusta hacer de despedidor pero no sƩ bien como evitarlo. No sƩ como evitar acercarme a personas que irremediablemente se van a tener que ir. No sƩ como evitar que se vallan, o quizƔs lo mƔs triste es que no sƩ como hacer para evitar que en ellas nazca ese sentimiento de querer irse.
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