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Sin Caparazón



Últimamente son más presentes los ratos en los cuales no recuerdo nada. Sin embargo, como esa miga que se nos queda en la ya desgastada dentadura, hay otros que no puedo olvidar. Y esos, quizás por lo presente de la imagen, son los que me llenan de escalofríos en el cuerpo. Los que me emocionan, los que me dan miedo, los que me hacen temblar. Es que, en esos, en los momentos de no amnesia, me acuerdo todo lo que olvidé y no hubiese querido.
Lo cierto que es que me quedan pocas cosas y ya no quiero dejarlas. No quiero que se vayan, no quiero dejarlas ir.
La barrera de la voluntad es difícil romperla. Sentirse paralizado es muy difícil de explicar pero con solo mencionar la sensación, con ponerle una palabra, es fácil de entender porque todos las hemos sentido. Esa sensación de falta de aire, de pecho agitado, de lo hago mañana, de engaño, de pánico, y la posterior sensación de culpa. Principalmente mucha culpa.
Culpa por no hacerlo. Culpa por no poder. Culpa por no intentarlo.
Ahí estas. Ahí te veo. En la vereda de enfrente. Tan cerca y tan lejos. Aun rondas. Aun no te fuiste. Aun miras disimulando espero que el algún momento me sobren las razones para pedir revancha y no dejarte ir.
Y yo acá. Dejando pasar el tiempo. Soltándote la mano. Cansado. Rendido. Jugando al ojo por ojo con el riesgo de quedarme ciego. Esperando el próximo sopapo porque soy eso, el que dice q se la aguanta, el q tiene la espalda ancha, el que ya no espera nada mas que esta falta de memoria de ratos que deberían ser inolvidables.
No me dejas. Seguí ahí, en la vereda de enfrente, y si a tu mirada disimulada le podés agregar una seña seria casi ideal. No importa cuando. La noche mas hermosa será una noche cualquiera. No dejes que te deje ir. Salud, nos vemos en la cancha. Cuando corte el semáforo cruzo y voy por vos. Dame, como mi abuela en mis siete años, un ratito más…

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