Primer Beso
Ayer a la tarde fui testigo de lo que creo fue un primer beso. Voy a contarlo bien y al final ustedes me darƔn sus conclusiones. De todas formas mƔs allƔ de lo que me digan les aviso que prefiero seguir pensando en que fui testigo de uno de los momentos mƔs mƔgicos que tenemos los humanos. Momentos para los cuales no es necesario tener plata o salud. Esos chispazos gratuitos de felicidad. Bueno, de esos que no se compran con plata porque gratis no hay nada, ni los besos. Antes, o despuƩs, lo terminamos pagando pero supongo se pagan con muchas mƔs ganas que el alquiler o las expensas.
Ayer a la tarde tenĆa que ir Palermo. MĆ”s o menos, mĆ”s menos que mĆ”s, sabĆa como llegar asique salĆ con tiempo de sobra a la parada del 141. LleguĆ© y la espera se demorĆ³ mas de lo pensado. Supongo que es algo de esta ciudad a lo cual me deberĆ© acostumbrar. En realidad no lo supongo, lo tengo que hacer.
El asunto es que me apoyĆ© cĆ³modamente en el palo que sostenĆa el cartel azul que indicaba la parada y allĆ me quedĆ©. Mientras pasaban los minutos y mi reconocida poca paciencia se diluĆa recordĆ© que tenĆa que comprar un abre latas. Justo frente a la parada habĆa un negocio que vendĆa esa clase de porquerĆas. Asi que me quede observando a ver si desde mi posiciĆ³n lo podĆa ubicar. No pude. Cuando la espera del 141 habĆa pasado ampliamente los 30 minutos decidĆ entrar pero justo en ese mismo instante venĆa el micro y… me subĆ.
PaguĆ© $1,25 y como no habĆa asiento me quedĆ© parado. ObservĆ© que al lado mĆo habĆa una pareja hablando. En realidad eran dos personas hablando. Ćl, unos 26 aƱos, pelo corto, barba de dos dĆas, jeans, y campera deportiva. Creo que tenĆa una chomba o una remera, no recuerdo bien. Ella, unos 22, jeans de los que en mi Ć©poca se llamaban elastisados, campera deportiva, estilo rompe viento, larga. Sus manos se entrelazaban en su espalda pero la primera seƱal que percibĆ fue en sus ojos. Los tenĆa bien abiertos, como queriendo no perder nada de lo que veĆa, brillosos, y una inconfundible cara de timidez mientras lo escuchaba. Claro que Ć©l tampoco se preocupaba en disimular su cara de estar pensando “animate, animate”. Hablaban pavadas, contaban historias, se reĆan mas por las seƱas de sus caras o las onomatopeyas que por las palabras en sĆ.
El viaje desde Caballito a Palermo no es tan popular un dĆa sĆ”bado a la tarde pero el colectivo, quizĆ”s mas por la demora en pasar que por lo concurrido de ese recorrido, se comenzĆ³ a llenar. Entonces a medida que subĆa gente el espacio que habĆa entre ellos se fue achicando. Imagen a dos personas de frente, hablando. El lugar fĆsico se empieza a llenar y ese lugar vacĆo del medio no puede seguir asĆ. Entonces ella tomĆ³ la iniciativa y se comenzĆ³ a acercar lentamente. Las charlas y las caras “graciosas” ya no estaban y en ese preciso momento llegĆ³ el silencio. Que estado tan ciclotĆmico es el silencio, su presencia es tan maravillosa en muchos momentos, y es tan cruel y dolorosa en otros. Este era de los buenos, fue la calma previa a la tormenta. Una tormenta con final feliz.
Ćl se acercĆ³, con su mano derecha acariciĆ³ la mejilla de ella y con mucha lentitud le dio un beso que sonĆ³ a lindo. Suave, lento, rico. Sin dudas tenĆa las caracterĆsticas de ser el primero. Lo digo porque inmediatamente despuĆ©s los dos se quedaron mirĆ”ndo, siempre en silencio, y ya sin poder hacer las caras para reĆr. La respuesta de ella fue acercarse en bĆŗsqueda de la continuaciĆ³n de aquello que acababa de comenzar.
Luego “la vida siguiĆ³ como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. Para mi sorpresa el colectivo no se detuvo. Los pasajeros no se pararon emocionados a aplaudir. Las campanas de las iglesias no sonaron. Seguramente unos cuantos metros debajo nuestro el subte seguĆa su metĆ³dico recorrido de domingo. Los semĆ”foros siguieron pasando del rojo al verde con una muy breve interrupciĆ³n en amarillo. La vida siguiĆ³. La del chofer, la mĆa, la del resto del pasaje, y siguiĆ³ la de ellos. Dos paradas despuĆ©s se bajaron y los mirĆ© como esperando mas. Me quedĆ© observando como seguĆa la historia despuĆ©s de eso. Y me di cuenta que sigue normal. Se fueron por la calle, no recuerdo cual, charlando de la misma forma que lo hacĆan cuando los conocĆ unas paradas mĆ”s atrĆ”s, con las mismas caras, las mismas sonrisas. Pero ese primer beso de una relaciĆ³n, esa sensaciĆ³n que tenemos cuando lo damos y encontramos, al menos ahĆ, al menos en ese chiquito momento, una aceptaciĆ³n que parece eterna y nunca lo es, es algo impagable.
Obviamente no pude apartar mi cabeza de mis primeros besos. Esa descripciĆ³n de sensaciones es mas mĆa que de ellos. Pero me vi reflejado en esa cara con dos dĆas de barba, en esos nervios, en esa risa idiota, en ese momento tan cursi como un 14 de Febrero para alguien que no estĆ” enamorado o tiene el corazĆ³n roto. Fueron mas mis momentos que los de ellos. Y es imposible despegarse de los primeros besos que luego trajeron momentos que no hubiĆ©semos querido pasar. Es imposible empezar por recordar esos besos y no quedarme con el sentimiento a flor de piel de aquel, o este, sufrimiento.
La tarde en Palermo terminĆ³ de noche. Y cuando lleguĆ© a casa quise comer atĆŗn pero me di cuenta que no habĆa comprado el abre latas. Me acordĆ© que estuve media hora mirando el negocio y que cuando me decidĆ a entrar ya era tarde: VenĆa el colectivo. Y con el recuerdo de mi tarde en Palermo, de esa historia de primer beso, y del abre latas que no comprĆ©, me fui a dormir pensando en las veces que dejĆ© pasar cosas por no decidirme a entrar a tiempo. Pensando en los largos caminos a contramano que he recorrido. Pensando en que aun lo sigo haciendo. Y Pensando que me morĆa de hambre y ese atĆŗn hubiese estado buenĆsimo…
Ayer a la tarde tenĆa que ir Palermo. MĆ”s o menos, mĆ”s menos que mĆ”s, sabĆa como llegar asique salĆ con tiempo de sobra a la parada del 141. LleguĆ© y la espera se demorĆ³ mas de lo pensado. Supongo que es algo de esta ciudad a lo cual me deberĆ© acostumbrar. En realidad no lo supongo, lo tengo que hacer.
El asunto es que me apoyĆ© cĆ³modamente en el palo que sostenĆa el cartel azul que indicaba la parada y allĆ me quedĆ©. Mientras pasaban los minutos y mi reconocida poca paciencia se diluĆa recordĆ© que tenĆa que comprar un abre latas. Justo frente a la parada habĆa un negocio que vendĆa esa clase de porquerĆas. Asi que me quede observando a ver si desde mi posiciĆ³n lo podĆa ubicar. No pude. Cuando la espera del 141 habĆa pasado ampliamente los 30 minutos decidĆ entrar pero justo en ese mismo instante venĆa el micro y… me subĆ.
PaguĆ© $1,25 y como no habĆa asiento me quedĆ© parado. ObservĆ© que al lado mĆo habĆa una pareja hablando. En realidad eran dos personas hablando. Ćl, unos 26 aƱos, pelo corto, barba de dos dĆas, jeans, y campera deportiva. Creo que tenĆa una chomba o una remera, no recuerdo bien. Ella, unos 22, jeans de los que en mi Ć©poca se llamaban elastisados, campera deportiva, estilo rompe viento, larga. Sus manos se entrelazaban en su espalda pero la primera seƱal que percibĆ fue en sus ojos. Los tenĆa bien abiertos, como queriendo no perder nada de lo que veĆa, brillosos, y una inconfundible cara de timidez mientras lo escuchaba. Claro que Ć©l tampoco se preocupaba en disimular su cara de estar pensando “animate, animate”. Hablaban pavadas, contaban historias, se reĆan mas por las seƱas de sus caras o las onomatopeyas que por las palabras en sĆ.
El viaje desde Caballito a Palermo no es tan popular un dĆa sĆ”bado a la tarde pero el colectivo, quizĆ”s mas por la demora en pasar que por lo concurrido de ese recorrido, se comenzĆ³ a llenar. Entonces a medida que subĆa gente el espacio que habĆa entre ellos se fue achicando. Imagen a dos personas de frente, hablando. El lugar fĆsico se empieza a llenar y ese lugar vacĆo del medio no puede seguir asĆ. Entonces ella tomĆ³ la iniciativa y se comenzĆ³ a acercar lentamente. Las charlas y las caras “graciosas” ya no estaban y en ese preciso momento llegĆ³ el silencio. Que estado tan ciclotĆmico es el silencio, su presencia es tan maravillosa en muchos momentos, y es tan cruel y dolorosa en otros. Este era de los buenos, fue la calma previa a la tormenta. Una tormenta con final feliz.
Ćl se acercĆ³, con su mano derecha acariciĆ³ la mejilla de ella y con mucha lentitud le dio un beso que sonĆ³ a lindo. Suave, lento, rico. Sin dudas tenĆa las caracterĆsticas de ser el primero. Lo digo porque inmediatamente despuĆ©s los dos se quedaron mirĆ”ndo, siempre en silencio, y ya sin poder hacer las caras para reĆr. La respuesta de ella fue acercarse en bĆŗsqueda de la continuaciĆ³n de aquello que acababa de comenzar.
Luego “la vida siguiĆ³ como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. Para mi sorpresa el colectivo no se detuvo. Los pasajeros no se pararon emocionados a aplaudir. Las campanas de las iglesias no sonaron. Seguramente unos cuantos metros debajo nuestro el subte seguĆa su metĆ³dico recorrido de domingo. Los semĆ”foros siguieron pasando del rojo al verde con una muy breve interrupciĆ³n en amarillo. La vida siguiĆ³. La del chofer, la mĆa, la del resto del pasaje, y siguiĆ³ la de ellos. Dos paradas despuĆ©s se bajaron y los mirĆ© como esperando mas. Me quedĆ© observando como seguĆa la historia despuĆ©s de eso. Y me di cuenta que sigue normal. Se fueron por la calle, no recuerdo cual, charlando de la misma forma que lo hacĆan cuando los conocĆ unas paradas mĆ”s atrĆ”s, con las mismas caras, las mismas sonrisas. Pero ese primer beso de una relaciĆ³n, esa sensaciĆ³n que tenemos cuando lo damos y encontramos, al menos ahĆ, al menos en ese chiquito momento, una aceptaciĆ³n que parece eterna y nunca lo es, es algo impagable.
Obviamente no pude apartar mi cabeza de mis primeros besos. Esa descripciĆ³n de sensaciones es mas mĆa que de ellos. Pero me vi reflejado en esa cara con dos dĆas de barba, en esos nervios, en esa risa idiota, en ese momento tan cursi como un 14 de Febrero para alguien que no estĆ” enamorado o tiene el corazĆ³n roto. Fueron mas mis momentos que los de ellos. Y es imposible despegarse de los primeros besos que luego trajeron momentos que no hubiĆ©semos querido pasar. Es imposible empezar por recordar esos besos y no quedarme con el sentimiento a flor de piel de aquel, o este, sufrimiento.
La tarde en Palermo terminĆ³ de noche. Y cuando lleguĆ© a casa quise comer atĆŗn pero me di cuenta que no habĆa comprado el abre latas. Me acordĆ© que estuve media hora mirando el negocio y que cuando me decidĆ a entrar ya era tarde: VenĆa el colectivo. Y con el recuerdo de mi tarde en Palermo, de esa historia de primer beso, y del abre latas que no comprĆ©, me fui a dormir pensando en las veces que dejĆ© pasar cosas por no decidirme a entrar a tiempo. Pensando en los largos caminos a contramano que he recorrido. Pensando en que aun lo sigo haciendo. Y Pensando que me morĆa de hambre y ese atĆŗn hubiese estado buenĆsimo…
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