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Semana para tí


Me subí. Bajé unas cuadras antes de llegar. Fue un instante en el que me invadió la sensación de pasarme de largo. Sentí la ausencia de mi Guía T modelo 2005.
Crucé la calle, no sé cual, y empecé a caminar. Con miedo, sí, pero tenía ganas de encontrarte.
Seguí mi camino. Miraba monumentos como quien mira un viejo álbum de figuritas que nos hace retroceder en el tiempo. El miedo me invadió y quise bajar la cabeza, mirarme los zapatos. No lo hice. Por suerte no lo hice. Seguí mi paso con ganas de bajar la cabeza para contar hormigas o la cantidad de hojas secas esquivadas. Sin embargo la frente iba alta, los ojos abiertos, y los sentidos a pleno… buscándote, o quizás buscándolos.

Te recuerdo los lunes y los martes y te he de confesar que todavía me llega como el roce de tus dedos tu mirada de aire y de agua fría.
Me esforcé en esquivar tu esquina. Camine por tu barrio. A mi falta de conocimiento le sumé la ayuda del google maps para asegurarme de no hacer por error cien metros de más. Y no los hice. Frené y doblé antes. Pero pasé por galerías, kioscos y plazas donde también el tiempo nuestro fue compartido. Me doy cuenta, derrotado, que solo pude esquivar la esquina, esa esquina, nada más. El resto no pude. Es que hay ratos en los que ni siquiera quiero.

Te recuerdo los miércoles y jueves; esa piel donde todo estaba escrito, los versos de Neruda y los papeles de amor que te dejaba entre los libros.
Salí y ví la panadería. No quise doblar, decidí seguir. Pasé por lugares nuevos pero a esa altura la mente me llevaba mucho tiempo de ventaja. Convenció a mis ojos de la que humedad es mejor. Y esas calles desconocidas se convirtieron en lugares que nunca pisamos pero bien podríamos… pero ya no.

Te recuerdo los viernes y los sábados, tu pelo con olor a madre selva, tu pecho como un pájaro asustado.
Como un sentenciado caminé hacia mi destino final. Mis ojos repasaron aquel lugar que parecía un ex campo de batalla inundado de nostalgia. De tus pasos, mi risa, tu perfume. Llegué al final y comparé a esos 75 kilos que caminaban con aquel. Siempre, siempre, es mejor aquel.

Los domingos me acuesto entre tus manos. Beso despacio el sueño. Callo y bebo, sorbo a trago, mi nombre de tus labios.
Subí y me senté en el mismo lugar: El anteúltimo asiento individual del lado del conductor. Me sorprendí mirando las calles, entendiendo el recorrido, y con el teléfono en mis manos como en aquel tiempo. Como cuando esas quince cuadras parecían eternas y necesita la sensación de saber que aun estabas ahí. Lo miré pero no escribí, al menos me queda la sensación de no gambetear el momento. Yo no nací en Flores como Manuel Mandeb pero al igual que él no tengo ninguna intención de hacer ese dribling. Y la sensación es cruel y real. Ya no estas ahí. Quedaste, quedamos, y me quede, en algún lugar. En algún día perdido de un antiguo otoño...

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