Valentía, Masoquismo, Sinceridad y otras yerbas
Le doy un millón de vueltas a estas palabras y estos momentos. Estos dos últimos años fueron de mucho crecimiento personal, de mucha maduración. Quizás todos los anteriores también pero estos dos fueron realmente importantes. Ojalá nadie debiera pasar por cosas dolorosas para crecer pero resulta imposible evitarlo. El dolor, el llanto, la frustración, las pocas ganas, el vacio, los golpes en general, son la cuota que debemos pagar para crecer. Para sentarnos a entender, o empezar a entender, ciertas situaciones que aparecen en el camino.
Una de las más urgentes tiene que ver con la valentía. Creo que me cansé de decir que los valientes tienen miedo, pero hacen las cosas a pesar de ello. De no sentir miedo no serían valientes, serían inconscientes y nadie quiere a alguien así cerca. Ni siquiera lo queremos dentro de nosotros. Es algo que realmente pienso pero nunca me sentí un valiente. Siempre me critiqué cada paso que di e incluso los que pensé dar y no lo hice. Es bueno ver hacia atrás y darnos cuenta lo que hicimos. Lo que pasó, lo que pasamos, lo que somos hoy por usar, aunque sea en su porcentaje mas mínimo, nuestro traje de valiente. De hacer a pesar de….
Al mirar estos últimos 30 años de mi vida me encuentro con mucho de eso. Podría armar perfectamente una lista, una de las largas, enumerando todas las cosas que esta poca cosa hizo. Mucho mas difícil, mucho mas dolorosas, y mucho más costosas que las hechas por personas que realmente admiro y me gustaría ser. Estoy en un punto tal que me pone orgulloso eso. Me llena de vida, como lo hace el aire a mis pulmones al respirar hondo, repasar cada uno de los pasos dados en este último año y medio de mi vida. Realmente soy el responsable de lo que soy. Es mi culpa todo lo malo que hice, todo lo que perdí, pero también me gané cada una de las cosas buenas vividas. Incluso muchas de esas nunca hubiesen llegado si antes no me hubiese tropezado una docena de veces.
Realmente estoy orgulloso de esos pasos. Los últimos fueron 3 años muy intensos, y estas dos semanas que pasaron me devolvieron las ganas de vivir. Me llenó nuevamente de objetivos, de deseos. Me dio una respuesta para decirle a mi doc cuando me pregunta qué me gustaría hacer, de qué tengo ganas.
En estos días sentí que mi cuerpo, mi pecho, era como una olla de puchero. De esas grandes y altas. Solo que dentro de ella no había comida sino un montón de sentimientos nuevos y muchos viejos. En este viaje, casi sin esperarlo, algo o alguien, quizás yo, se encargó de meter una enorme cuchara de madera y comenzar a revolver. Llegué a mil conclusiones distintas, cambié de parecer tantas veces como días de la semana existían, recordé situaciones límites personales, repasé cada uno de los puntos de inflexión de mi vida. Y luego de semejante experimento me di cuenta que ya tenía lo que fui a buscar. No sabía que era, pero algo era y ya lo tengo en mis manos. Llegó el momento de descubrir que hago con todo esto. Recorrer nuevamente los últimos pasos para averiguar si algo de lo que perdí lo puedo volver a tomar del piso e intentarlo. Y si algunas cosas ya no están, me siento con la suficiente fortaleza como para darme vuelta, mirar hacia delante e ir en búsqueda de lo próximo.
Hoy mas frio repaso las últimas semanas, las últimas charlas, las últimas meditaciones, y realmente estoy conforme con cada uno de esos momentos. Creo que si hubiesen sido distinto hoy estaría nuevamente con el piloto automático. Hubiese aceptado porque sí. Por impulso. Por costumbre. Por falta de valor para reconocer que no es eso lo que realmente quiero, lo hubiese tomado porque es malo pero conocido. Y en lo conocido, por más malo que sea, siempre me termino sintiendo cómodo.
Los 30 años me reciben en el mejor momento de mi vida que recuerdo desde los 6 años hasta hoy. Con miedos, con dudas, con triunfos y con fracasos, pero con la firme convicción de que soy un luchador, de que no me rendí nunca, de que me escondí lo necesario pero a la larga, por masoquismo o valentía, siempre enfrenté cada una de las situaciones complejas de vida. No es nada fácil. Muchas salieron mal pero otras terminaron muy bien y eso es mucho más de lo que quizás algunos logren en sus vidas.
Me di cuenta de todo eso. Del hombre en el que me convertí y de los pasos que doy día a día para seguir confirmándolo. Descubrí a Ramiro. Descubrí al tipo que soy y al tipo que quiero ser, el tipo que quiero seguir siendo. Claro, un poco más pulido.
Después de mucho tiempo me repitieron la frase “la esencia no cambia” y me afectó. La tomé mal. Hoy pienso lo mismo. La esencia de las personas no cambien, y ojalá que la mía no cambie porque no soportaría ser uno más del montón. No soportaría vivir sin dar la cara aunque duela, sin decir presente aunque no haya estudiado, sin estar donde nadie estaría o donde todos te dicen que evite ir porque ese lugar provoca dolor. De no hacerlo estaría igual que hace muchos años, más viejo, preguntándome “que hubiese pasado si…”. Por suerte no me lo pregunto. Descubrí que soy un tipo sincero, “sin cero y sin infinito”. Y me gusta.
PD. En algún momento pasaré en limpio los textos que escribí estos días en Buenos Aires. Son muchos, muy buenos, y variados. Tengo que repasarlos, ordenarlos, y también ordenarme a mí.
Una de las más urgentes tiene que ver con la valentía. Creo que me cansé de decir que los valientes tienen miedo, pero hacen las cosas a pesar de ello. De no sentir miedo no serían valientes, serían inconscientes y nadie quiere a alguien así cerca. Ni siquiera lo queremos dentro de nosotros. Es algo que realmente pienso pero nunca me sentí un valiente. Siempre me critiqué cada paso que di e incluso los que pensé dar y no lo hice. Es bueno ver hacia atrás y darnos cuenta lo que hicimos. Lo que pasó, lo que pasamos, lo que somos hoy por usar, aunque sea en su porcentaje mas mínimo, nuestro traje de valiente. De hacer a pesar de….
Al mirar estos últimos 30 años de mi vida me encuentro con mucho de eso. Podría armar perfectamente una lista, una de las largas, enumerando todas las cosas que esta poca cosa hizo. Mucho mas difícil, mucho mas dolorosas, y mucho más costosas que las hechas por personas que realmente admiro y me gustaría ser. Estoy en un punto tal que me pone orgulloso eso. Me llena de vida, como lo hace el aire a mis pulmones al respirar hondo, repasar cada uno de los pasos dados en este último año y medio de mi vida. Realmente soy el responsable de lo que soy. Es mi culpa todo lo malo que hice, todo lo que perdí, pero también me gané cada una de las cosas buenas vividas. Incluso muchas de esas nunca hubiesen llegado si antes no me hubiese tropezado una docena de veces.
Realmente estoy orgulloso de esos pasos. Los últimos fueron 3 años muy intensos, y estas dos semanas que pasaron me devolvieron las ganas de vivir. Me llenó nuevamente de objetivos, de deseos. Me dio una respuesta para decirle a mi doc cuando me pregunta qué me gustaría hacer, de qué tengo ganas.
En estos días sentí que mi cuerpo, mi pecho, era como una olla de puchero. De esas grandes y altas. Solo que dentro de ella no había comida sino un montón de sentimientos nuevos y muchos viejos. En este viaje, casi sin esperarlo, algo o alguien, quizás yo, se encargó de meter una enorme cuchara de madera y comenzar a revolver. Llegué a mil conclusiones distintas, cambié de parecer tantas veces como días de la semana existían, recordé situaciones límites personales, repasé cada uno de los puntos de inflexión de mi vida. Y luego de semejante experimento me di cuenta que ya tenía lo que fui a buscar. No sabía que era, pero algo era y ya lo tengo en mis manos. Llegó el momento de descubrir que hago con todo esto. Recorrer nuevamente los últimos pasos para averiguar si algo de lo que perdí lo puedo volver a tomar del piso e intentarlo. Y si algunas cosas ya no están, me siento con la suficiente fortaleza como para darme vuelta, mirar hacia delante e ir en búsqueda de lo próximo.
Hoy mas frio repaso las últimas semanas, las últimas charlas, las últimas meditaciones, y realmente estoy conforme con cada uno de esos momentos. Creo que si hubiesen sido distinto hoy estaría nuevamente con el piloto automático. Hubiese aceptado porque sí. Por impulso. Por costumbre. Por falta de valor para reconocer que no es eso lo que realmente quiero, lo hubiese tomado porque es malo pero conocido. Y en lo conocido, por más malo que sea, siempre me termino sintiendo cómodo.
Los 30 años me reciben en el mejor momento de mi vida que recuerdo desde los 6 años hasta hoy. Con miedos, con dudas, con triunfos y con fracasos, pero con la firme convicción de que soy un luchador, de que no me rendí nunca, de que me escondí lo necesario pero a la larga, por masoquismo o valentía, siempre enfrenté cada una de las situaciones complejas de vida. No es nada fácil. Muchas salieron mal pero otras terminaron muy bien y eso es mucho más de lo que quizás algunos logren en sus vidas.
Me di cuenta de todo eso. Del hombre en el que me convertí y de los pasos que doy día a día para seguir confirmándolo. Descubrí a Ramiro. Descubrí al tipo que soy y al tipo que quiero ser, el tipo que quiero seguir siendo. Claro, un poco más pulido.
Después de mucho tiempo me repitieron la frase “la esencia no cambia” y me afectó. La tomé mal. Hoy pienso lo mismo. La esencia de las personas no cambien, y ojalá que la mía no cambie porque no soportaría ser uno más del montón. No soportaría vivir sin dar la cara aunque duela, sin decir presente aunque no haya estudiado, sin estar donde nadie estaría o donde todos te dicen que evite ir porque ese lugar provoca dolor. De no hacerlo estaría igual que hace muchos años, más viejo, preguntándome “que hubiese pasado si…”. Por suerte no me lo pregunto. Descubrí que soy un tipo sincero, “sin cero y sin infinito”. Y me gusta.
PD. En algún momento pasaré en limpio los textos que escribí estos días en Buenos Aires. Son muchos, muy buenos, y variados. Tengo que repasarlos, ordenarlos, y también ordenarme a mí.
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