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Muera la muerte

El 23 de Noviembre de 2004 muriĆ³ Adolfo Castello. Recuerdo haber pasado una cantidad interminables de tardes escuchando su programa “MirĆ” lo que digo, escuchĆ” lo que te muestro” que pasaban por Radio Mitre. MĆ”s allĆ” de la noticia recuerdo una nota que Magdalena Ruiz GuinazĆŗ le hizo a JoaquĆ­n Sabina. El flaco dijo una frase que no pude olvidar, y luego la usĆ³ en una de sus canciones: “Muera la muerte”.
No creo que en estas lĆ­neas pueda decir algo que antes alguien no haya pensado o transmitido y todos, absolutamente todos, en menor o mayor medida, nos codeamos con ella en algĆŗn momento de nuestras vidas. Como cualquier pĆ©rdida, ya sea fĆ­sica o sentimental, hay como una seria de sensaciones que no nos salteamos. El pensar que no pasĆ³, llorar sin poder parar, querer dormir interminablemente deseando que al despertar nos vamos a dar cuenta que solo fue una de nuestras peores pesadillas, aceptarlo y volver a llorar sin parar, aceptarlo y llorar, y luego, como paso previo a la aceptaciĆ³n final, sentirnos profundamente triste. Pero muy tristes, de esas que nos hace concentrarnos mucho en nuestras tareas y no tener una dĆ©cima de la “chispa” que nos caracterizaba. No tener, ni sentir, ese brillo en los ojos.
En algĆŗn momento las cosas vuelven a encaminarse. La vida sigue y va demasiado rĆ”pido. Nos invaden proyectos, sueƱos, buenas noticias, respiramos, reĆ­mos. Volvemos a hacer todo aquello que en ese momento parecĆ­a imposible. Eso que no entraba en ningĆŗn pensamiento y no lo hacia simplemente porque no tenĆ­amos lugar para nada mĆ”s. No era una reacciĆ³n negativa o de pesimismo crĆ³nico, serĆ­a mĆ”s acertado definirlo como una vaso lleno de agua y tapado. No hay lugar para nada mĆ”s, pero como tiene tapa tampoco tiene el riesgo de rebalsarse. Estamos en el limite y asĆ­ seguimos hasta tomar la decisiĆ³n de abrirlo, vaciarlo y volver a juntar una a una las gotas que caen en el camino que elegimos andar.
Al miedo, el hambre, las frustraciones, los dolores, el friĆ³, el calor, y hasta al amor y mi puta diabetes le podemos dar batalla con aspiraciones de ganarle. A la muerte no. Nos manda ella. Las reglas las pone ella. Sin embargo, como todo, tiene su ponto dĆ©bil. Si lo comparo con un partido de fĆŗtbol el anĆ”lisis rĆ”pido me llevarĆ­a decir que perdemos por goleada. Pero eso es solo imagen. Porque ante cada muerte, ante cada inevitable perdida, muchas de ellas en los momentos mas inesperados, siempre siempre tenemos la chance de seguir. Los otros, los que nos “quedamos”, hacemos nuestro duelo y luego estamos otra vez con proyectos, soƱando, recibiendo buenas noticias, respirando, riendo. La fuerza que nos lleva a eso es la derrota de la “ingrata dama”. Y esa batalla sĆ­ la podemos ganar. Cada una de las cosas que nos pasaron nos hacen lo que somos hoy y si hoy miramos hacia atrĆ”s y nos vemos mejores, no tengan la menor la duda que esos momentos indeseables e inevitables tambiĆ©n son responsables de nuestra maduraciĆ³n y nuestros logros.
“Muera la muerte” decĆ­a Sabina el 23 de Noviembre de 2004. Y sĆ­, que muera JoaquĆ­n. Pero si no lo hace, que al menos nos de ese espacio para el contraataque. La chance de seguir. Todos los hombros que supimos conseguir son bienvenidos. Todos los silencios que las personas quieran compartir con nosotros son aceptados. Y todo momento de nostalgia serĆ” bien visto porque nos aclara quienes fuimos, como llegamos hasta acĆ”, y sobretodo nos deja un claro mensaje de que ya demostramos tener las espaldas lo suficientemente anchas para seguir. No son en vano las cicatrices, son nuestras medallas y nuestro empujo cuando sentimos que no podemos mĆ”s y nos invade la profunda tristezas. Son el primer paso para llegar.

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