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¿Era como yo? Era como yo

Hace unos días, creo que por primera vez en mi vida, me puse en lugar de mi viejo. Nunca le pregunté, ni me contó, como se sintió en esos momentos difíciles de su vida y por razones lógicas nunca lo voy a hacer, pero creo que pude ver un poco más de cerca su dolor. Su lucha. Sus miedos. Y hasta quizás su resignación al ver que no podía.
Me enteré que era un buen tipo. Que, cuando estaba bien, era un buen tipo. Si alguien le pedía algo él se lo daba. Cuando le marcaban errores o le hacían comentarios no tan tolerables, él los tomaba bien. Era un tipo bueno, un tipo amable. Querible.
Según mi vieja en eso me parezco bastante. No sé si está mal que lo diga pero el que me conoce sabe que las palabras que vienen a continuación no son de vanidad. Son palabras que hacen algo que me cuesta mucho: Hablar bien de mí, valorarme. Yo soy un buen tipo, lo siento así. Tengo mi mochila, mi carga, como la tenía él, pero soy un buen tipo. Me mando un millón de cagadas como la mayoría, lastimo a la gente que me quiere, pero soy un buen tipo. De los que no hay, o de los que quedan muy pocos. En eso me parezco a él. Como ayer le decía a Cintia, no me dejó sólo el apellido. Me dejó también su herencia. Hace algunos años leí un texto de Ismael Serrano en la cual mencionaba que según una investigación médica, genéticamente los humanos somos muy parecidos, casi idénticos. Solo un 0,01% nos diferencia a unos de otros. Hoy estoy casi convencido que en ese 0.01% me dejó su legado. Su marca. Para bien o para mal, en los momentos malos pienso que para mal, me hizo un buen tipo.
Diferencias había muchas. Por ejemplo, que en tantos años de casados mi vieja lo vio llorar una sola vez. Y claro, yo soy un maricón incurable. Con las lágrimas más fácil que los “sí” de esas señoritas que fuman. Pero prefiero detenerme en las similitudes o mejor aún, en mi visión de sus sentimientos en esos momentos complicados que mencioné.
Todos tenemos mochilas, algunas más llenas que otras pero todos tenemos nuestro peso. Supongo que gran parte del secreto de la felicidad debe estar en llevar la menor carga posible, o mejor aún: compartir ese peso y hacer mas liviano el viaje. En estos días pensaba si mi vieja, mi hermano y yo lo ayudamos en su lucha. ¿Nos vería como compañeros de camino? ¿Nos vería de su bando, como gente que va a la par llevando algo del peso que tenía en su mochila? ¿O nos sentiría sentados en sus hombros, a caballito, haciendo más insoportable esa pesada carga?. Eso tampoco lo sé, y no lo voy a saber nunca.
Si puedo, tomando nuestro supuesto parecido, pensar que yo hoy sentiría eso como una compañía de ruta. En este momento siento la necesidad de tener un apoyo así. De no estar solo. De sentir a alguien cerca, y poderle decir “tomá, llevame esto” y darle parte del interior de mi mochila. No sé si por egoísmo, miedo a estar solo o simplemente porque quiero ser feliz.
Me da mucho miedo ver como terminó él. Sentir que las personas como nosotros terminamos así. Que perdemos. Me da mucho miedo sentir ese “algo” que en algún momento de su vida le hizo bajar los brazos. Que lo llevó a su peor versión. Pero también me da mucho empuje. Es como saber que pasa si te rendís. Y yo la verdad no quiero que me pase eso, no quiero rendirme. Muchas veces pienso, y en ocasiones se confirma, que la vida es una mierda. Que nos llena de trabas, que nos pone un millón de palos cuando menos lo esperamos. Que espera el momento preciso en el cual nos confiamos, en el cual pensamos que ya pagamos todas nuestras culpas y solo resta esperar cosas buenas, para darte un baño de realidad.
Este es uno de esos momentos, en el cual después de pensar que al fin llegaban las cosas buenas todo se pudre. Se rompe. Desaparece. Que por muy linda que fuese una historia terminó en mierda, y la mierda lamentablemente ensucia todo y la llena de bacterias.
Atrás quedaron los tiempos en los cuales el sueño de la familia propia se veía real, los tiempos de soñar con dormir tocando la panza de la persona que amás, que en esa panza está tu hijo. Tiempo de bautismos, de cumpleaños, de jardín de infantes, de escuelas, de las cosas que no son mierda. Tiempo de cafeteras, como me gusta llamarlo a mí.
Creo que hace poco comencé un camino, y que por primera vez en mis 28 años siento que es el correcto. No sé cuanto caminé, mucho menos sé cuanto falta para llegar. Pero miro al costado de la ruta y veo paisajes conocidos. Me sigue una nube muy fea. El clima es terrible y parece que todo el cielo pende de un hilo. Pero sospecho, con cierta inocencia y cierta esperanza, que “al otro lado de la nube negra” tiene que estar el final de este recorrido. Cruzaré ríos, seguramente llenos de lagrimas, puentes colgantes que tiemblan ante el soplido del mínimo viento que se anime a cruzarlo. Y hasta bosques enormes y oscuros, donde por los brazos tupidos de los árboles no se atreve a pasar el sol. Bosques donde no hay huella, donde paso a paso se irá formando un camino que me permita llegar o al menos estar mas cerca.
Creo que recientemente hubo ese clic en mi vida. Que algo pasó, que algo se movió, que las cosas ya nunca serán iguales y que no serán iguales para bien o al menos para mejor.
Muy necesario, es indiscutible. Y como todo cambio provino del dolor más grande que una persona me causó en mi vida. Una marca que no se va a ir nunca, pero que espero que cicatrice.
Me acuerdo que cuando tenía 10 años iba en mi bici Aurorita color verde cantando una canción que decía algo así como “y le metía una mano, le metí una pierna, le metí las narices y hasta una llave inglesa”. No me acuerdo de quien era pero es un tema viejo. Hace casi 20 años de esos. Pasé por la puerta de casa y mi abuela estaba sentada y se reía. Llegue a la esquina y me caí, y me lastimé. Terminó con una herida que me llevó seis puntos de sutura. Fue en marzo de 1989. Como lloré! Como dolía!. Hoy, cada vez que me cambio y me toco la rodilla siento esa cicatriz. Pero la toco, le apreto el dedo con ganas y no duele. Me acuerdo todo, tengo toda esa secuencia muy presente pero no duele. No me olvidé, cicatrizó. Y supongo que el tiempo hará que esto deje de doler, aunque hoy siento que me arde el alma. Siento que habré sido muy hijo de puta en esta o en otra vida, como para que alguien me cause tanto dolor. Y lo peor es que sé perfectamente que no lo hiciste con intención de lastimarme pero lo hiciste. Me dejaste solo y mal herido en medio de un lugar oscuro que no conozco. Peligroso. Te convertiste en lo mejor y lo peor de mi vida. Son cosas que pasan pero duelen muchísimo. Son cosas que te hacen descreer de todo. Que matan, antes de nacer, futuras ilusiones pero también matan a los viejos sueños. Es imposible no pensar en que si alguien que te quiere puede causarte tanto dolor entonces que serán capaces de hacer los que no te quieren. ¿Como ofrecerle a alguien mas todo lo que sentí que te daba? ¿Cómo no tener miedo de abrirme nuevamente sin pensar que me van a causar un dolor parecido? ¿Cómo carajo hago para dejar de lado esta coraza que se me está formando en el corazón? ¿Cómo se vuelve a creer?.
El vaso medio lleno dirá que también es algo que te da una chance, que te abre dos caminos. Te da dos opciones, seguir igual y lamentarte por lo desdichado que sos o elegir el clic. Y hoy siento el clic. Bajito, casi imperceptible al oído humano, pero lo siento.
Eso es parte del cambio que mencionaba. Parte del camino que encontré y creo que estoy transitando. Hay cosas buenas y otras que te matan, pero también hay cosas conocidas que te dan seguridad y desconocidas que te llenan de miedo. No sé por que extraña razón muchas veces preferimos las malas conocidas. Preferimos, prefiero, las conocidas que te matan pero te dan seguridad. Supongo que por ser muy débiles. Y eso es lo que pensaba sobre mi viejo. Si realmente era parecido a mí, seguramente sintió mas ganas que nadie de cambiar su mierda. Cuando la gente le decía “Richard tenés que tratar de hacer esto” o “esto te está matando”, él los habrá mirado con su mejor cara y habrá dicho “tenés razón, pienso igual que vos, pero no puedo. ¿Cómo hago?”. Querer hacerlo y no poder, es una sensación de ahogo y taquicardia que tanto se parece se parece a la muerte pero es lo único que nos mantiene vivos.
¿Asusta, no? A mí me asusta. Mucho. Pero quiero confiar en el clic que escuche, necesito hacerlo. Siento que se va mi vida en eso. Que tengo esta oportunidad y que si sale mal no me voy a poder quejar. Siento que el aviso previo lo tuve, y ahora depende de mí. Preferiría que no sea solo. Preferiría tener esa opción que tenía mi viejo de luchar con su mujer y sus hijos al lado. Pero también sé que si sale mal el lastimado voy a ser yo, el herido voy a ser solo yo. Y que a mi tumba no voy a llevar a nadie. Aunque no tenés ni idea que bueno sería que estés de mi lado como estabas hasta hace poco tiempo. Muy poquito tiempo. Tu golpe me sirvió, activó esto. Ahora ayudame a enfrentarlo, era lo que necesitaba pero no me dejes hacerlo solo. Ayudame, dejame abrir la mochila y darte algo de peso. Solo unos km, luego me lo devolvés y yo te ayudo a llevar los tuyos. Sí, ya sé… estoy soñando de nuevo. Es que estoy en la madrugada del domingo 9 de marzo, y supongo que es hora de dormir y soñar. Y yo no quiero despegarme de esa costumbre de soñar con los ojos abiertos. Es una de las pocas costumbres que no quiero perder. No sé como se sentía mi viejo. Sí siento como estoy yo y trato de relacionarlo. De inventar un sentimiento común. Hay muchas cosas que no sé. Lo que sí sé, es que hace unos días descubrí que dentro de algunos años me podré sentar con mis hijos Gonzalo y Candela y decirles “tu abuelo era un buen tipo, era como yo”.

2 comentarios

Eugenia dijo...

hola ramiro...quiero que sepas que me senti MUY identificada con lo que escribiste....se me pone la piel de gallina....yo escribi sobre mi papa en mi blog hace dos dias, senti unas ganas de terribles de poder expresar lo que me estaba pasando...por favor, leelo...cualquier dejame un mensaje o mandame un mail....me gustaria poder conversar con alguien sobre lo que me pasa. Besos.

Anónimo dijo...

la vida tiene esa maldita costumbre de mostrarnos su peor cara mientras las cosas suceden y sonreirnos desde atrás cuando las atravesamos. Será cuestión entoces de cerrar los ojos mientras es amargo, atrevezar y disfrutar lo dulce. Que así sea.

Jerry