65 días
Hoy
se cumplen 65 días de aquella mañana en la cual aún creía que mi final estaba
escrito. En cada despertar, al girar la cabeza y verte muy cerca de mi
almohada, recuerdo casi todos los detalles de aquella mañana.
Faltaban
unos pocos minutos para las diez, se me hacía tarde, subí apurado las escaleras
del subte de Santa Fe y caminé mucho más rápido aun las cuadras siguientes costeando
las vías del ferrocarril en Juan B. Justo.
Tenía,
incluso hoy, mi celular con sus auriculares nuevos, aquella campera negra con
cuello y puños gastados, un bolso EXO en el hombro y mi infaltable atado de
puchos acompañando el vicio.
Era
principio de mes, pero lo era para los normales. Hace más de cinco años que me
acostumbre a cobrar mi sueldo los días veintipico de cada mes entonces aquel miércoles
9 me encontraba con el dinero justo. Sin sobrar nada. Con algún faltante. Me
quedaban aun por pagar unas cuatro interminables cuotas de aquel viaje inolvidable
a Buzíos y un par de meses más del préstamo laboral.
No
eran los mejores días, aunque, para ser sinceros, tampoco era de los peores. Había
logrado dejar atrás los gritos, las peleas, las noches de dormir mirando el
techo, la inhibición, y también las palabras atragantadas. Tampoco había ya
nostalgia del pasado, aunque sí esa inseguridad y ese miedo a nuevos
contrapasos, al engaño, al reproche propio. Tenía una mochila llena de esas
cosas y también tenía una valija que desbordaba de consecuencias.
Sin
embargo, aquel miércoles de junio, llegué con mi aliento agitado, no estoy seguro,
pero no podría discutir si alguien me dice que llovía, y una hora después te
vi. Es extraña la vida, estabas ahí, sola, parada en la puerta de una farmacia
que me traía recuerdos de sangre, con tu mirada ojeando las revistas del puesto
de diario que está en la vereda.
Sinceramente
ese día me fue imposible pensar en que aquel encuentro iba a ser el inicio de
esta historia que lleva poco más de dos meses, pero sin dudas algo pasó. No sé
si fueron nuestras miradas, ni la seguridad como quien ya ha perdido todo con
la que me acerqué a vos, no si fue tu piel blanca de invierno, o ese tono entre
azul y celeste de tus ojos, ni aquella sonrisa con cara de “acá estoy, ¿qué vas
a hacer?” o que a partir de ese momento hayas decidido seguir mis pasos hasta
hoy, pero lo cierto es que no fue un momento más. Fue, quizás, uno de los más
importantes de mi vida. Nunca antes, ni hasta ahora nunca después, logre ese
sentir.
Y
si aquella mañana la guardaré siempre en mi mente y en mi vida, lo que vino después
es un tatuaje en el alma. Me han dicho que los tatuajes deben ser siempre
impares, en mi cuerpo no tengo ninguno, pero ese del alma que se empezó a
escribir aquel miércoles a las 11 de la mañana es el único, e impar, que quiero
tener el resto de mis días. No me hacen falta más.
Bienvenida
a este lio Zol. Aunque desde aquel momento acordamos que esto duraría no más
que 18 meses, lo pasado lo hace, lejos, el rato más importante, más inesperado,
y más maravilloso de mis años.
Que
termine en paz.
Comentarios