Extraño
Extraño levantarme sin querer hacerlo. Maldiciendo el reloj y las alarmas de esos dos celulares viejos que ya solo funcionan como despertador.
Extraño el darme vuelta en la cama y sentir tu cuerpo, abrazarlo, y pedirte, en voz baja o en silencio, un ratito mas.
Extraño ver tus ojos cerrados, tu cara de dormida, tu cara limpia, sin maquillaje.
Extraño las madrugadas en las que te levantabas porque era la única forma posible para que dejen de llorar.
Extraño verte a caminar hacía a ellos, perderte de vista en el pasillo de la casa, y escuchar como consiguen nuevamente la calma.
Extraño esa señal de tranquilidad que nos daba tu presencia.
Extraño las noches molestas en las cuales dormían en el medio por miedo a los truenos, los fantasmas o los nervios, mas nuestros que de ellos, del día importante que se venía.
Extraño los días en los cuales te ganaba de mano, a vos, al sol y a la alarma de los relojes, y me levantaba primero, sin hacer ruido, para preparar el mate. En silencio armaba la mesita de desayuno, le sacaba la parte quemada a las tostadas que se me pasaron mientras espiaba la tele. Cambiaba la yerba, preparaba el dulce y la manteca, y te despertaba, no sin antes quedarme uno o dos minutos viéndote dormir en silencio.
Extraño mis silencios. Extraño mi rincón. Extraño mis ratos de soledad, de cuelgue con la computadora en el cual me perdía y me alejaba del mundo.
Extraño el darme cuenta que lo estaba haciendo, el pensar que quizás esto te molestaba, el darme vuelta para buscarte y sorprenderme, fundamentalmente sorprenderme, al verte tranquila, espiando mis libros, dejándome hacer, entendiendo mis momentos, respetando mis limites, poniendo en práctica toda la experiencia que estos años, sin conocernos, te dieron.
Extraño las peleas por dejar, o no, entrar al perro. Por comprar helado en invierno, por comprar helado en cualquier época del año.
Extraño aquellas noches en las cuales no podías dormir y mi voz te sacaba del insomnio. Extraño acariciar tu panza y con mi boca, bien cerca de tu ombligo, hablarte y hablarle.
Extraño el ruido fuerte de tu respiración, los dos sabemos que una dama no ronca, que me indicaba que te habías dormido.
Extraño, meses después, ya sin tu panza de por medio, hablarle al oído mientras intentaba no pensar en el vómito de leche que tenía en el hombro.
Extraño esas cosquillas que me hacían pensar que se calmaba porque mi voz le resultaba conocida. Le resultaba familiar en una época en la cual aún no nos conocía.
Extraño los lindos sábados a la tarde en la plaza, los domingos llenos de planes en el Parque.
Extraño cuando lo iba a buscar al jardín y llegaba todo canchero en brazos de la seño.
Extraño como se desesperaba al verme y ya la seño no importaba mas, le importaba yo.
Extraño la vuelta a casa. A la nuestra.
Extraño nuestras miradas cómplices cuando nos moríamos de ganas de estar juntos y no veíamos la hora de que por fin se duerman.
Extraño las charlas del después. Sin dudas las mejores charlas que tuve nunca. Esas sin presiones, sin tenciones, sin caretas, las reales, las más sinceras que salen a media luz y mirando el techo.
Extraño el hacer planes para el día siguiente.
Extraño ver, sentir, y verte disfrutar el salir bien de esos planes.
Extraño mis canas.
Extraño caminar de la mano con vos, miles y miles de años después, pensando como llegamos a esto.
Extraño las cenas familiares llena de gente haciendo el ridículo y nosotros siendo uno mas de ellos.
Extraño tu familia política.
Extraño la familia propia que fuimos construyendo con el correr de este tiempo.
Extraño el llorar de felicidad. De llenos nomás.
Extraño mucho mi casa. La nuestra.
Quizás por eso es que de a ratos te sigo buscando, en otros te espero, en otros me resigno, los lloro, y luego de todo eso comienzo el circulo buscándolos de nuevo.
PD. “La carta de un hombre que echa de menos su hogar” (Ismael Serrano)
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