La "Felíz"
En estos meses de verano me encontré una Mar del Plata distinta. Quizás como nunca en estos casi 4 años la comencé a vivir y sentir de otra forma. Empecé a tener un sentido de pertenencia como nunca antes. Y al caminarla vi cosas en las cuales reflejé mi pasado, mis pasos.
En plaza Colón una mujer camina rápido mientras discute con la madre. Por lo que oí se quejaba del hermano. Llevaba un paso rápido y dejaba a la señora atrás. Me quedé con la cara de angustia de la vieja y el esfuerzo físico que hacía por tratar de seguirle el paso. La hija iba con la vista hacia adelante y casi a los gritos, con cara culo, paso rápido, muy furiosa. Ladraba cada vez que abría la boca. La señora, atrás, miraba para los costados como con vergüenza, no pudiendo seguir el paso se su hija pero haciendo el máximo esfuerzo. Por suerte, está, cada tanto paraba para dejarse alcanzar y seguir gritando y quejándose. Me quedé una vez más con la cara de la vieja. Angustiada, nerviosa, cansada, viviendo una situación que seguramente no merecía pero la soportaba de forma casi inmutable. Me dio mucha vergüenza ajena. Me dieron ganas de pararlas, de llevar a la hija, pisando tranquilamente los 40 y pico de años, y decirle “sentate un rato en el banco de la plaza y mirá la escena q estás haciendo. Mira la cara de tu vieja. Tiene como 80 años y en poco tiempo no va a estar más y vos vas a seguir puteando por tu hermano, sirve? Te sirve esto?”.
Dos días después en Moreno y Córdoba un tipo insultaba a su mujer. Le echaba la culpa de no sé que problema con el banco. Creo que los cajeros no tenían plata y se quejaba por no haber salido media hora antes del departamento. No escuche en detalle la conversación pero no me extrañaría si usaba palabra como “te dije? Nunca me haces caso? Estabas pelotudeando por ahí?” o imitaciones en tono de burla e hirientes de la mujer. La mujer lo seguía callada, angustiada, con vergüenza, dolida.
En esa semana fui a cargar la tarjeta del colectivo. Al bajar del edificio me crucé a cuatro chicos no mayores de 10 años que seguían a la madre. Todos, inclusive ella, mal vestidos, mal comidos, mal cuidados. La “señora” les gritaba, pegaba, los maldecía, repetía una y otra vez frases que empezaban con “sos idiota? No te saco mas, siempre me haces lo mismo, sirven para traerme problemas nada más”…
Hace unas horas compartí un restaurant y en la mesa de al lado un flaco no paraba de hablar mal de su mujer. Eran 4 parejas y el pibe se empeñaba en marcarle a los gritos y en forma de burla todos los defectos de ella. Con comentarios cancheros, hablando del culo de la moza, diciendo chistes en voz alta mientras buscaba la mirada cómplice de los amigos que no paraban de reír. Lo mas extraño, o quizás no tanto, era que la novia estaba presente en la mesa. Se reía tímidamente, como con vergüenza, trataba de no pensar, sin saber bien que cara poner.
No sé porque me quedé con estas imágenes de la “feliz”. Quizás por ese sea el secreto de la felicidad y por eso me va como me va. Quizás esas reacciones que me resultan demasiado bajas e injustificables traen consecuencias exitosas que jamás tendré. O quizás me vi reflejado en alguien que fui y ya no, y disfruto ver la diferencia o no estar en ese lugar tan triste.
Quizás sea este momento. Quizás sean estos días en los cuales tengo la necesidad de prestarte el control remoto de la tele, de ofrecértelo sin que me lo pidas, y ver lo que tenés ganas de mirar. Quizás entendí que lo importante no es el programa de las 10 o la peli que pasan por I-SAT, lo importante es que no estoy sólo y al mover la cabeza a mi derecha te veo ahí regalándome sonrisas a pesar de tu miedo. Pidiendome que no me valla, y justificando ese pedido con cada una de tus acciones...
En plaza Colón una mujer camina rápido mientras discute con la madre. Por lo que oí se quejaba del hermano. Llevaba un paso rápido y dejaba a la señora atrás. Me quedé con la cara de angustia de la vieja y el esfuerzo físico que hacía por tratar de seguirle el paso. La hija iba con la vista hacia adelante y casi a los gritos, con cara culo, paso rápido, muy furiosa. Ladraba cada vez que abría la boca. La señora, atrás, miraba para los costados como con vergüenza, no pudiendo seguir el paso se su hija pero haciendo el máximo esfuerzo. Por suerte, está, cada tanto paraba para dejarse alcanzar y seguir gritando y quejándose. Me quedé una vez más con la cara de la vieja. Angustiada, nerviosa, cansada, viviendo una situación que seguramente no merecía pero la soportaba de forma casi inmutable. Me dio mucha vergüenza ajena. Me dieron ganas de pararlas, de llevar a la hija, pisando tranquilamente los 40 y pico de años, y decirle “sentate un rato en el banco de la plaza y mirá la escena q estás haciendo. Mira la cara de tu vieja. Tiene como 80 años y en poco tiempo no va a estar más y vos vas a seguir puteando por tu hermano, sirve? Te sirve esto?”.
Dos días después en Moreno y Córdoba un tipo insultaba a su mujer. Le echaba la culpa de no sé que problema con el banco. Creo que los cajeros no tenían plata y se quejaba por no haber salido media hora antes del departamento. No escuche en detalle la conversación pero no me extrañaría si usaba palabra como “te dije? Nunca me haces caso? Estabas pelotudeando por ahí?” o imitaciones en tono de burla e hirientes de la mujer. La mujer lo seguía callada, angustiada, con vergüenza, dolida.
En esa semana fui a cargar la tarjeta del colectivo. Al bajar del edificio me crucé a cuatro chicos no mayores de 10 años que seguían a la madre. Todos, inclusive ella, mal vestidos, mal comidos, mal cuidados. La “señora” les gritaba, pegaba, los maldecía, repetía una y otra vez frases que empezaban con “sos idiota? No te saco mas, siempre me haces lo mismo, sirven para traerme problemas nada más”…
Hace unas horas compartí un restaurant y en la mesa de al lado un flaco no paraba de hablar mal de su mujer. Eran 4 parejas y el pibe se empeñaba en marcarle a los gritos y en forma de burla todos los defectos de ella. Con comentarios cancheros, hablando del culo de la moza, diciendo chistes en voz alta mientras buscaba la mirada cómplice de los amigos que no paraban de reír. Lo mas extraño, o quizás no tanto, era que la novia estaba presente en la mesa. Se reía tímidamente, como con vergüenza, trataba de no pensar, sin saber bien que cara poner.
No sé porque me quedé con estas imágenes de la “feliz”. Quizás por ese sea el secreto de la felicidad y por eso me va como me va. Quizás esas reacciones que me resultan demasiado bajas e injustificables traen consecuencias exitosas que jamás tendré. O quizás me vi reflejado en alguien que fui y ya no, y disfruto ver la diferencia o no estar en ese lugar tan triste.
Quizás sea este momento. Quizás sean estos días en los cuales tengo la necesidad de prestarte el control remoto de la tele, de ofrecértelo sin que me lo pidas, y ver lo que tenés ganas de mirar. Quizás entendí que lo importante no es el programa de las 10 o la peli que pasan por I-SAT, lo importante es que no estoy sólo y al mover la cabeza a mi derecha te veo ahí regalándome sonrisas a pesar de tu miedo. Pidiendome que no me valla, y justificando ese pedido con cada una de tus acciones...
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