Caja de Pandora

Hace unas semanas ayudĆ© a unos amigos, grandes amigos, muy grandes cada uno a su manera, ha hacer una mudanza. Me desesperó la cantidad de cosas que tienen. No por el peso y lo “tedioso” de la mudanza sino porque recordĆ© que seguramente desde aquella mudanza que hizo mi vieja en Diciembre del 2007 mientras yo trabajaba en Necochea se agregaron varias cosas a mĆ vida. Una mudanza en estos momentos podrĆa llegar a ser terrible. Y yo soy uno, y ellos, aunque parecen uno, son dos…
Lo primero que hice el domingo fue organizarme. EmpecĆ© por el ambiente comĆŗn, ordenĆ© todo lo que podĆa y fui separando las cosas que iban en otro lugar. Hice la cama, barrĆ, saquĆ© de las bolsas del lavarap la ropa y puse cada una en su lugar. Una vez que quedó mas o menos presentable hice lo mismo en la cocina y, por Ćŗltimo, en el baƱo.
Ya sentĆa la satisfacción del deber cumplido. De un domingo que me sumaba una linda sensación de “orgullo”. SalĆ del baƱo, guardĆ© el balde y el secador, puse a secar el trapo de piso, cambie la toalla y hasta el rollito de papel higiĆ©nico.
Cuando volvĆ al ambiente comĆŗn me di cuenta de un olvido. La cama estaba llena de insulina, medias, ropa para lavar… GuardĆ© cada cosa en su lugar y luego vi el placard. Vi el contenido del placard. Lo vi desordenado y aprovechĆ© el impulso para seguir ordenando. EncontrĆ© la caja de speedy, del CPU, los parlantes, el ventilador. EncontrĆ© una caja roja donde duermen los recuerdos de una vieja relación. Me acordĆ© de las palabras de mi amigo Pablo y su “cuando te decidas me avisas, y ya tenemos con quĆ© hacer el fuego para el asado”. Me acordĆ© que no lo hice. Me acordĆ© de las palabras de mi amiga Vero y su “esas cosas no se tiran, si fue una persona importante no sĆ© tira ni se devuelven”, y ahĆ siguen. DecidĆ nuevamente no tocarlo pero no pude evitar mirarlas con cierto aire de triunfo al darme cuenta que 2 aƱos despuĆ©s no me provocan ni las mĆnimas cosquillas, solo una sonrisa, un “que gil”…
Fin del domingo a la tarde. Ahora sĆ! todo en orden pero mi curiosidad pudo mĆ”s y vi otra caja. Una chiquita, azul, bastante entera a pesar de los aƱos y con un cierre casi tĆ©rmico. Ni siquiera sospechaba lo que era. No lo tenĆa presente. Hasta hubiese podido jurar que no era mĆa, que quedó de alguna antigua mudanza. La mirĆ©, la tomĆ© en mis manos, la sentĆ y la reconocĆ. Me di cuenta que en esa caja guardo casi toda mi vida. Que hay mucho de estos 30 y pico de aƱos. Que es una caja que nunca quiero abrir, que muchas veces temblĆ© en el momento de hacerlo.
Me di cuenta que la limpieza del domingo no fue algo ajeno. Fue algo necesario. TenĆa un motivo y ese era encontrar la cajita azul. Mirarla, tomarla, sentirla y, finalmente, muerto de miedo o cansado, abrirla. Y lo hice. RecordĆ© que es mi caja de Pandora, y como tal, adentro habĆa guardado la esperanza, la mĆa, y por quĆ© no, la nuestra.
Y a diferencia de aquella mujer creada por Zeus no me apresurĆ© en cerrar la caja. Senti la presencia de la esperanza y la dejĆ© salir. Me llenĆ© el cuerpo de picazón, como el “pican pican los mosquitos”, y me fui a dormir con la esperanza de que otro mundo posible, que todo puede pasar y puede pasarme a mĆ y a nosotros. ReguĆ© de esperanza los 50 o 75 metros cuadrados del dpto. de calle Bolivar.
Hoy? Hoy fue un buen Lunes. SĆ Pato, lo fue. Un Lunes con muchos “Ja!” y sin “Je!”. Voy por mas.
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