Ideas, palabras y sentimientos
El reloj de la compu marca las 13:17hs del dĆa 24 de abril. Si bien es jueves hoy no voy a la doc porque le dije que me iba a Punta Alta. Al principio era verdad, pero cuando en el trabajo me confirmaron que no podĆa viajar igual preferĆ no ir asĆ me ahorraba los $25 de la consulta. EconĆ³micamente es un mes complicado, como los Ćŗltimos.
En el laburo viene todo tranquilo. Con las mismas cosas buenas de siempre y con las mismas malas. Nada cambiĆ³, casi nada. Es una tarde de sol en Mar del Plata y a pesar de que ya son las 14hs sigo sentado frente a la computadora mientras el Poli juega con su telĆ©fono celular. La luz que entra por la puerta me dice casi a los gritos que deberĆa limpiar el piso. Es que se ve un poco sucio, marcado por los pies de los clientes que entran, no tan seguido, a la sucursal. Es un tĆpico dĆa en el puerto, un tĆpico dĆa pero sin olor., Me acuerdo que las primeras veces que venia a trabajar acĆ” cuando el colectivo se acercaba al barrio ya empezaba a sentir ese olor fuerte: “olor a trabajo”. Hoy, salvo contada ocasiones, no lo siento. No sĆ© si es que ya no hay o si simplemente me acostumbrĆ©.
Somos raras las personas. Somos animales de costumbres. En muchas cosas somos como el ejemplo de la rana ¿Lo saben, no? Es esa que dice que si metes una rana en una olla de agua hirviendo la rana busca salir. En cambio si la metemos en una olla de agua frĆa sobre el fuego, no sĆ© da cuenta y se queda. Se acostumbra. No se da cuenta del cambio.
En muchas ocasiones me sentĆ como esa rana. Quiero decir que muchas veces iba muy acelerado con el dĆa a dĆa que no me di cuenta de parar y mirar. Estaba en el agua frĆa, sobre el fuego, y no me di cuenta. Me fui cocinando despacio. Tomando cosas atĆpicas como tĆpicas. Me acostumbrĆ©. No me permitĆ tener miedo de perder ciertas cosas, sentĆa seguridad. SabĆa cuales eran mis errores y temores pero habĆa cosas que me daban seguridad. Cosas que me hacĆan pensar que seguramente era verdad que habĆa mucha mierda dando vuelta pero que habĆa cosas que no. HabĆa cosas que estaban, eran presente y futuro. Sobre todo futuro.
Claro, un dĆa me di cuenta que no y ya fue demasiado tarde para lamentos: “A lo hecho pecho”. Creo haber escrito, y si no lo hice seguramente se los dije personalmente, y sino se los dije seguramente se dieron cuenta, que estoy en un perĆodo de mucho razonamiento. No sĆ© si lo hago bien o mal, pero estoy reestructurando mi vida desde el anĆ”lisis, desde el pensamiento, desde la memoria, y en algunas ocasiones tambiĆ©n desde las acciones. Esto me da una extraƱa sensaciĆ³n. El otro dĆa le contaba a alguien mi forma de estudiar cuando estaba en la secundaria. Nunca tuve problemas en la escuela, siempre fui un buen alumno. En los momentos previos a los exĆ”menes mi rutina era acostarme temprano el dĆa anterior. Lo hacia tipo ocho o nueve de la noche. PonĆa el despertador a la una de la maƱana y con esa paz que da la noche comenzaba a estudiar. Lo hacia hasta el amanecer. Luego me baƱaba, me cambiaba y me iba a la escuela. HabĆa una sensaciĆ³n fĆsica que me servĆa para saber si habĆa estudiado suficiente o no. Cuando comenzaba a sentir el cansancio en mis ojos, ese ardor en los ojos, era que ya sabĆa suficiente. Era la confirmaciĆ³n de que me iba a ir bien. Y asĆ sucedĆa el 90% de las veces. Me iba bien.
Es una boludes. Quiero decir que el cansancio era algo fĆsico, mezcla de sueƱo y lectura, pero de ninguna forma significaba tener un conocimiento que antes no. Me engaƱaba, pero ese engaƱo me daba una confianza y una seguridad que despuĆ©s se plasmaba en los exĆ”menes que daba.
Hoy, diez aƱos despuƩs de haber terminado la secundaria, tengo un sentimiento parecido. Ya no me arden los ojos, pero siento los pulmones llenos de aire. El pecho inflado, la espalda derecha, la cabeza en paz. Y tomo eso como consecuencia de mi momento especial de razonamiento, de replanteo, de anƔlisis. Quiero decir que este nuevo sentimiento, muy diferente al ardor en los ojos, me da paz. Me ofrece un poco de paz. Algo tan necesario. Algo tan bƔsico.
Lo que no podrĆa afirmar de ninguna manera es el resultado que esto traerĆ” en mĆ. No me refiero a la paz sino al replanteo. SurgirĆ”n cosas nuevas, extraƱas, crecerĆ©, pero no sĆ© si serĆ” algo que traiga frutos demasiados grandes ni mucho menos si estos serĆ”n eternos. La eternidad se terminĆ³ hace miles de aƱos cuando un tal AdĆ”n y una tal Eva se mandaron una macana con una fruta que crecĆa en un Ć”rbol, y desde entonces nada es para siempre. La paz de la que hablo no es eterna, y por suerte el dolor tampoco.
Este tema de la eternidad me hace pensar en que existen dos formas de llegar al fin. Quiero decir que se puede terminar con la paz eterna dejando pasar el tiempo y esperando las inevitables malas que cada tanto pasan, o bien se puede acelerar ese proceso haciendo alguna macana, como la de AdĆ”n y Eva, y terminar por voluntad propia con la paz. Lo mismo sucede con el dolor. Puedo esperar que se valla sĆ³lo o puedo hacer algo, seguramente otra macana, y hacer que se valla de una vez y para siempre. Al menos que se valla de este presente fĆsico con el que convivo. Toda una decisiĆ³n. No sĆ© si me atreverĆ©.
Hay veces en las cuales empiezo a escribir y me doy miedo. Tengo una tendencia cotidiana a las despedidas. Me da miedo que estas lĆneas sean un ejemplo mĆ”s de ello. Me da miedo que estĆ©n leyendo mi despedida. Que una maƱana me canse, me decida a no esperar que el dolor se valla o me decida a no poder soportar que la paz en algĆŗn momento se va a ir, y mi espĆritu de lucha incansable diga “bueno, no mĆ”s”. Por lo general me pasa esto cuando me doy cuenta que me estoy acostumbrando. Cuando despuĆ©s de estar un tiempo razonable en el agua frĆa sobre el fuego me doy cuenta que el agua ya no estĆ” tan frĆa y que ya nunca mĆ”s lo va a estar.
Hoy estoy en un dĆa… no es un dĆa, es un rato, serĆa mucho decir un dĆa. Hoy estoy en un momento asĆ. Hace un rato me di cuenta de que me estoy acostumbrando. ParĆ©, mirĆ© para todos lados, y vi lo que tengo, y vi lo que no. Me causa una enorme angustia esta situaciĆ³n. Estar en piloto automĆ”tico no es normal para alguien como yo. En realidad no lo es para nadie, pero para mi menos. A pesar de todas mis contras tengo ese espĆritu de lucha, y acciĆ³n de luchador, que no me dejan acostumbrarme. Si me preguntan como surgiĆ³ hoy todo esto, y en que instante de la maƱana fue, creo que tengo la respuesta. Tengo la culpable. La culpa es de la memoria. De las dos memorias. La memoria lĆ³gica de la cabeza que me hace imaginar situaciones que no vi, que no sĆ© si pasaron, pero me causan dolor. Y la memoria del corazĆ³n que me refriega el pasado por la cara. El pasado imperfecto que creĆ perfecto.
Me pica la nariz. Leo lo que escribĆ para corregir errores y siento una picazĆ³n en la nariz. Como un estornudo pero sin llegar a serlo. Me arden los ojos y me brillan. Como con una basurita pero sin tenerla. Arrugo la cara y evito lo que parecĆa inevitable. Prefiero seguir escribiendo. Y sigo. Sigo y pienso en que lamentablemente la vida no es como este texto. El punto en comĆŗn es que en las 1347 palabras que llevo escritas pinto un poco de mi presente, lo que lo diferencia, y genera puentes destruidos que nunca se podrĆ”n reconstruir, es que el texto lo puedo leer mil veces. Lo puedo mirar ahora, a la noche, o maƱana, y en cada uno de esos momentos puedo volver el cursor atrĆ”s y corregir los errores. En la vida sĆ³lo los puedo ver, analizar, puedo pensar, sacar conclusiones, replanteos. Pero corregir errores no. El pasado es el pasado. Queda ahĆ. No hay forma de corregirlo, de volver atrĆ”s, de tener otra vez la misma oportunidad. Solo se puede aprender y despuĆ©s confiar en nuestra inteligencia para poder poner en prĆ”ctica esos aprendizajes.
Llevo tres carillas de Word, quiero darle un final a esto y no puedo. No se me ocurre cĆ³mo. Creo que escribĆ el principio y que dos renglones mas arriba dejĆ© atrĆ”s el desarrollo. Ahora necesito un final y no lo tengo. SĆ tengo a mano, mucho mĆ”s cerca de los que todos creen, y de lo que yo mismo creo, el final de los finales, pero el de este texto no. No encuentro un hilo conductor, una palabra que me permita cerrar de forma metafĆ³rica esto. De dejar una idea. Tampoco se me ocurre un final ya escrito, algĆŗn texto para robarle el final. Para hacer un Copy-Paste. De pronto siento que me invadiĆ³ el vacĆo. La ausencia de ideas es otra de las cosas que me asustan. Nunca deberĆan faltar. Ni las ideas, ni las palabras, ni los sentimientos. En este momento ideas no tengo, las palabras me las gastĆ© todas en este post, y lo Ćŗnico que me queda es este sentimiento inocultable de extraƱar. Al fin y al cabo fue lo que motivĆ³ estas lĆneas. Te extraƱo.
En el laburo viene todo tranquilo. Con las mismas cosas buenas de siempre y con las mismas malas. Nada cambiĆ³, casi nada. Es una tarde de sol en Mar del Plata y a pesar de que ya son las 14hs sigo sentado frente a la computadora mientras el Poli juega con su telĆ©fono celular. La luz que entra por la puerta me dice casi a los gritos que deberĆa limpiar el piso. Es que se ve un poco sucio, marcado por los pies de los clientes que entran, no tan seguido, a la sucursal. Es un tĆpico dĆa en el puerto, un tĆpico dĆa pero sin olor., Me acuerdo que las primeras veces que venia a trabajar acĆ” cuando el colectivo se acercaba al barrio ya empezaba a sentir ese olor fuerte: “olor a trabajo”. Hoy, salvo contada ocasiones, no lo siento. No sĆ© si es que ya no hay o si simplemente me acostumbrĆ©.
Somos raras las personas. Somos animales de costumbres. En muchas cosas somos como el ejemplo de la rana ¿Lo saben, no? Es esa que dice que si metes una rana en una olla de agua hirviendo la rana busca salir. En cambio si la metemos en una olla de agua frĆa sobre el fuego, no sĆ© da cuenta y se queda. Se acostumbra. No se da cuenta del cambio.
En muchas ocasiones me sentĆ como esa rana. Quiero decir que muchas veces iba muy acelerado con el dĆa a dĆa que no me di cuenta de parar y mirar. Estaba en el agua frĆa, sobre el fuego, y no me di cuenta. Me fui cocinando despacio. Tomando cosas atĆpicas como tĆpicas. Me acostumbrĆ©. No me permitĆ tener miedo de perder ciertas cosas, sentĆa seguridad. SabĆa cuales eran mis errores y temores pero habĆa cosas que me daban seguridad. Cosas que me hacĆan pensar que seguramente era verdad que habĆa mucha mierda dando vuelta pero que habĆa cosas que no. HabĆa cosas que estaban, eran presente y futuro. Sobre todo futuro.
Claro, un dĆa me di cuenta que no y ya fue demasiado tarde para lamentos: “A lo hecho pecho”. Creo haber escrito, y si no lo hice seguramente se los dije personalmente, y sino se los dije seguramente se dieron cuenta, que estoy en un perĆodo de mucho razonamiento. No sĆ© si lo hago bien o mal, pero estoy reestructurando mi vida desde el anĆ”lisis, desde el pensamiento, desde la memoria, y en algunas ocasiones tambiĆ©n desde las acciones. Esto me da una extraƱa sensaciĆ³n. El otro dĆa le contaba a alguien mi forma de estudiar cuando estaba en la secundaria. Nunca tuve problemas en la escuela, siempre fui un buen alumno. En los momentos previos a los exĆ”menes mi rutina era acostarme temprano el dĆa anterior. Lo hacia tipo ocho o nueve de la noche. PonĆa el despertador a la una de la maƱana y con esa paz que da la noche comenzaba a estudiar. Lo hacia hasta el amanecer. Luego me baƱaba, me cambiaba y me iba a la escuela. HabĆa una sensaciĆ³n fĆsica que me servĆa para saber si habĆa estudiado suficiente o no. Cuando comenzaba a sentir el cansancio en mis ojos, ese ardor en los ojos, era que ya sabĆa suficiente. Era la confirmaciĆ³n de que me iba a ir bien. Y asĆ sucedĆa el 90% de las veces. Me iba bien.
Es una boludes. Quiero decir que el cansancio era algo fĆsico, mezcla de sueƱo y lectura, pero de ninguna forma significaba tener un conocimiento que antes no. Me engaƱaba, pero ese engaƱo me daba una confianza y una seguridad que despuĆ©s se plasmaba en los exĆ”menes que daba.
Hoy, diez aƱos despuƩs de haber terminado la secundaria, tengo un sentimiento parecido. Ya no me arden los ojos, pero siento los pulmones llenos de aire. El pecho inflado, la espalda derecha, la cabeza en paz. Y tomo eso como consecuencia de mi momento especial de razonamiento, de replanteo, de anƔlisis. Quiero decir que este nuevo sentimiento, muy diferente al ardor en los ojos, me da paz. Me ofrece un poco de paz. Algo tan necesario. Algo tan bƔsico.
Lo que no podrĆa afirmar de ninguna manera es el resultado que esto traerĆ” en mĆ. No me refiero a la paz sino al replanteo. SurgirĆ”n cosas nuevas, extraƱas, crecerĆ©, pero no sĆ© si serĆ” algo que traiga frutos demasiados grandes ni mucho menos si estos serĆ”n eternos. La eternidad se terminĆ³ hace miles de aƱos cuando un tal AdĆ”n y una tal Eva se mandaron una macana con una fruta que crecĆa en un Ć”rbol, y desde entonces nada es para siempre. La paz de la que hablo no es eterna, y por suerte el dolor tampoco.
Este tema de la eternidad me hace pensar en que existen dos formas de llegar al fin. Quiero decir que se puede terminar con la paz eterna dejando pasar el tiempo y esperando las inevitables malas que cada tanto pasan, o bien se puede acelerar ese proceso haciendo alguna macana, como la de AdĆ”n y Eva, y terminar por voluntad propia con la paz. Lo mismo sucede con el dolor. Puedo esperar que se valla sĆ³lo o puedo hacer algo, seguramente otra macana, y hacer que se valla de una vez y para siempre. Al menos que se valla de este presente fĆsico con el que convivo. Toda una decisiĆ³n. No sĆ© si me atreverĆ©.
Hay veces en las cuales empiezo a escribir y me doy miedo. Tengo una tendencia cotidiana a las despedidas. Me da miedo que estas lĆneas sean un ejemplo mĆ”s de ello. Me da miedo que estĆ©n leyendo mi despedida. Que una maƱana me canse, me decida a no esperar que el dolor se valla o me decida a no poder soportar que la paz en algĆŗn momento se va a ir, y mi espĆritu de lucha incansable diga “bueno, no mĆ”s”. Por lo general me pasa esto cuando me doy cuenta que me estoy acostumbrando. Cuando despuĆ©s de estar un tiempo razonable en el agua frĆa sobre el fuego me doy cuenta que el agua ya no estĆ” tan frĆa y que ya nunca mĆ”s lo va a estar.
Hoy estoy en un dĆa… no es un dĆa, es un rato, serĆa mucho decir un dĆa. Hoy estoy en un momento asĆ. Hace un rato me di cuenta de que me estoy acostumbrando. ParĆ©, mirĆ© para todos lados, y vi lo que tengo, y vi lo que no. Me causa una enorme angustia esta situaciĆ³n. Estar en piloto automĆ”tico no es normal para alguien como yo. En realidad no lo es para nadie, pero para mi menos. A pesar de todas mis contras tengo ese espĆritu de lucha, y acciĆ³n de luchador, que no me dejan acostumbrarme. Si me preguntan como surgiĆ³ hoy todo esto, y en que instante de la maƱana fue, creo que tengo la respuesta. Tengo la culpable. La culpa es de la memoria. De las dos memorias. La memoria lĆ³gica de la cabeza que me hace imaginar situaciones que no vi, que no sĆ© si pasaron, pero me causan dolor. Y la memoria del corazĆ³n que me refriega el pasado por la cara. El pasado imperfecto que creĆ perfecto.
Me pica la nariz. Leo lo que escribĆ para corregir errores y siento una picazĆ³n en la nariz. Como un estornudo pero sin llegar a serlo. Me arden los ojos y me brillan. Como con una basurita pero sin tenerla. Arrugo la cara y evito lo que parecĆa inevitable. Prefiero seguir escribiendo. Y sigo. Sigo y pienso en que lamentablemente la vida no es como este texto. El punto en comĆŗn es que en las 1347 palabras que llevo escritas pinto un poco de mi presente, lo que lo diferencia, y genera puentes destruidos que nunca se podrĆ”n reconstruir, es que el texto lo puedo leer mil veces. Lo puedo mirar ahora, a la noche, o maƱana, y en cada uno de esos momentos puedo volver el cursor atrĆ”s y corregir los errores. En la vida sĆ³lo los puedo ver, analizar, puedo pensar, sacar conclusiones, replanteos. Pero corregir errores no. El pasado es el pasado. Queda ahĆ. No hay forma de corregirlo, de volver atrĆ”s, de tener otra vez la misma oportunidad. Solo se puede aprender y despuĆ©s confiar en nuestra inteligencia para poder poner en prĆ”ctica esos aprendizajes.
Llevo tres carillas de Word, quiero darle un final a esto y no puedo. No se me ocurre cĆ³mo. Creo que escribĆ el principio y que dos renglones mas arriba dejĆ© atrĆ”s el desarrollo. Ahora necesito un final y no lo tengo. SĆ tengo a mano, mucho mĆ”s cerca de los que todos creen, y de lo que yo mismo creo, el final de los finales, pero el de este texto no. No encuentro un hilo conductor, una palabra que me permita cerrar de forma metafĆ³rica esto. De dejar una idea. Tampoco se me ocurre un final ya escrito, algĆŗn texto para robarle el final. Para hacer un Copy-Paste. De pronto siento que me invadiĆ³ el vacĆo. La ausencia de ideas es otra de las cosas que me asustan. Nunca deberĆan faltar. Ni las ideas, ni las palabras, ni los sentimientos. En este momento ideas no tengo, las palabras me las gastĆ© todas en este post, y lo Ćŗnico que me queda es este sentimiento inocultable de extraƱar. Al fin y al cabo fue lo que motivĆ³ estas lĆneas. Te extraƱo.
Comentarios